CRITICA EN LA CASA (78%)



   El francés François Ozon adapta, libremente, la obra teatral de Juan Mayorga, El chico de la última fila. Ozon parte de una premisa muy sugerente e impactante en la que un alumno de 16 años se inmiscuye en la casa de un compañero de clase. Cuando comienza el curso escolar, Germaine, profesor de literatura francesa, percibirá a través de las redacciones de clase, que el chico en cuestión tiene algo especial. Es introvertido y apenas tiene contacto con el resto de la gente. Únicamente se sienta en un rincón y observa detalladamente desde allí. Para Germaine, los trabajos literarios del joven tienen una fuerza inusitada, por lo que le animará a seguir escribiendo, aunque no sepa que parte de lo escrito pertenece no solo a su imaginación, sino a las acciones que emprende cuando sale de la escuela y a su capacidad para analizar a los que le rodean.

   Ozon (Potiche, mujeres al poder) tiene una inusitada capacidad para evocar en el espectador una sensación de palpante tensión (un crescendo narrativo olvidado por muchos de los grandes directores actuales) y hacerle con ello partícipe de lo que quiere contar, tal y como demostró en Bajo la arena (2000) y, más aún, en la brillante La piscina (2003).  En este caso, Ozon, peca en exceso de un continente absolutamente abrumador (geniales el montaje de Laure Gardette y la música de Philippe Rombi) y olvida, quizá, un poco el contenido (hecho probablemente consciente para lograr una mayor tensión del relato). Da la sensación de que no importan demasiado lo que pase o deje de pasar porque todo vale en la construcción de este relato/puzzle. El adaptar el guion al montaje y a la narración, para darle más fuerza al conjunto, hace que se pierdan por el camino diálogos y personajes (desaprovechada una fabulosa Scott Thomas) que en otras circunstancias habrían sido capitales para levantar el proyecto.

   Es obvio que tenemos una de las grandes películas de la temporada (ya ganó la Concha de oro en San Sebastián) y que la película podría sostenerse, sin tanto artificio, sólo por la genial dirección de Ozon. Y, sobretodo, por las interpretaciones de un siempre excelente, y en racha,  Fabrice Luchini (Las chicas de la 6ª planta, Confidencias muy íntimas), la sugerente Emmanuelle Seigner (La novena puerta, Giallo), la exquisita Kristin Scott Thomas (La llave de Sarah, Lunas de hiel, Cuatro bodas y un funeral) y un sorprendente (aunque por momentos repetitivo) Ernst Umhauer (El monje).

   Un brutal relato de la mano de uno de los mejores directores europeos de los últimos veinte años, que es capaz de acojonar sin mostrar una sola gota de sangre y te mantiene pegado a la butaca sin extraños giros de guion que no entiende nadie más que el director. CINE en mayúsculas.

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